viernes, 5 de febrero de 2010

JARDINES EN LA SOMBRA

Existe un submundo que todos hemos conocido alguna vez, que conforma el alcantarillado mudo y no deseado, pleno de umbrosos pasillos y salas que se nos antojan tétricos. Pero ahora sé que en él hay miríadas de estrellas guiñando hermosos destellos de plata. Me refiero a los “hoteles blancos” Hace unos días mi pecho parecía querer decir algo, como si tuviera dentro unas de esas malignas larvas de la película Alien. No sólo eso, además los latidos del reloj que tengo en esa zona emitían unos pulsos completamente anárquicos, como si actuasen por criterios propios. Confieso que no era la primera vez que pasaba, pero se habían normalizado al cabo de un tiempo, esta vez persistían. De entre la vacilación de dejar que pasara el tiempo, como otras veces, surgió la determinación de esclarecer este misterio. ¿Estaba asustado? Quizás si, todo lo que tiene que ver con ese órgano que carece de hermano gemelo, abruma y preocupa. Seamos claros, ya tengo esa edad en que estas cosas pueden ser serias. Mi hermano con esa maestría insólita que sólo él posee, sin aspavientos, ni alarmas, me dijo que lo mejor era ir a urgencias. En el taxi, no hubo preocupaciones visibles, ni incluso temores. Aunque no se me crea, he de decirlo, el miedo cerval, ingobernable, no llegó a atenazarme. Sólo sentía algunas remotas náuseas, y una ligera opresión en el pecho.
En urgencias me tumbaron en una camilla, y llenaron mi pecho de ventosas. Me conectaron a un monitor como si fuera un PC. Números, en pantalla, pitidos... Yo aún pensaba en lo que iba a hacer en casa tras el inminente regreso. ¡Qué perniciosa costumbre esa de hacer planes!
El tiempo pasaba ¡y yo seguía tirado en la camilla!
¡Hummm.....! Me dije, “Mira que si resulta que tengo que estar toda la mañana aquí”.
Cuando me senté en la silla tras bajar de la camilla me dije “por fin” pero no, aquello no era el fin. No señor, no lo era.
-Ahora vas a vigilancia intensiva, donde estarás un rato largo.
“Joder, hasta la tarde no salgo”, escribí en el intangible pizarrón del pensamiento.
Fui conducido a través de un dédalo de pasillos y elevadores hasta llegar a la UVI.
En menos tiempo que el que se tarda en decirlo, las enfermeras me despojaron de la ropa y fui conectado a través de varias ventosas adheridas a mi pecho, a un monitor, en donde aparecía la cadencia de mis latidos. Apenas tuve tiempo de reaccionar, y cuando lo hice, ya recibía vía intravenosa cantidades dosificadas de suero. Me habían puesto esa mascarilla bifurcada a través de la cual una sutil cantidad de oxígeno se filtraba por mis fosas nasales rumbo al fuelle pulmonar, aunque en ningún momento pasé por estadio alguno de respiración dificultosa.
¡Joder que poco se necesita para que se líen las cosas!. La cadena espontánea formada por eslabones imprevisibles me iba remolcando a un puerto desconocido.
Finalmente reaccioné. “Esto es bueno, se despejaran las dudas y te quitarás esa losa que te lleva preocupando desde hace meses. Sólo has de tener paciencia”.
Sin otro pasatiempo que el de la mera observación, me di cuenta que podía, que debía, anotar todo lo que ocurría, este es el irreprimible vicio de todos a los que nos gusta coser las palabras. De manera que enhebré el hilo de aquella realidad en la aguja de la pluma y comenzó la costura. La idea me gustaba y además me ayudaría a pasar el tiempo.
Maribel y Charo miraban de tanto en tanto al monitor en que aparecía mi ritmo cardíaco.
A medida que el tiempo pasaba me fui dando cuenta que allí sí que había una circunstancia merecedora de ser reseñada aunque sea en la pequeñez de mi blog. Aparte de toda esa maravillosa maquinaria, que permite controlar el estado de cada paciente, con seguridad y certeza, cortesía de la cada vez mas sofisticada tecnología. Otro ámbito más primario si se quiere existe que merece con mucho la prioridad más substantiva. ¡¡¡El elemento humano!!!. Aquellas chicas que seguro que fuera de la UCI parecen gente normal, allí dentro se subliman, si hay cielo los ángeles deben parecerse mucho a ellas. Podrán creer que exagero, pero no es así. Lo cotidiano por serlo no tiene que carecer del aura de lo excelso. El impulso literario no es más que una búsqueda de la belleza. Siempre tuve la convicción de que esta es muy ubicua, está en todos lados, sólo has de buscarla.
Este escrito quiere ser un agradecimiento a Maribel (su codo lesionado no le impedía llevar a cabo unas extracciones de sangre no diré inocuas pero si soportables), Charo (al principio me pareció mas hermética e introvertida, pero demostró con creces, llegado el momento, que era afable y muy cariñosa en el trato). Flor, Pilar, Julia (una rubia que llena el espacio no solo con la cascada dorada de su cabello sino con unos movimientos precisos y muy dulces a la vez, cuyas carcajadas poseen ese metal especial por su música, que delatan su presencia aunque no esté frente a la mirada), Carmen (una morena vivaracha con una graciosa cola de caballo de la que presumo que es mujer de carácter y de una jovialidad clara para los que sabemos observar), Amparo, la internista que soportaba con estoicismo las inacabables ráfagas de mis preguntas, y si olvido alguna que me disculpe.
Esto solo pretende ser un homenaje no solo a su labor meritoria ya de suyo, sino además por otra cualidad que si puede hacerlas especiales. Como todas las personas seguro que tienen problemas, pero son capaces de dejarlos a la puerta antes de entrar para derramar una simpatía que no podré olvidar nunca.
Vuestro trabajo os define, vuestra simpatía os acredita.
La experiencia diaria a la que os enfrentáis, aunque sea habitual, merece el nombre de epopeya. No sé cuanto os pagan pero ¿Como tasar vuestra labor?.
Aquel lugar al que nadie iría ni a hacer turismo, ni de merienda a pasar una tarde, que está marcado por las sombras del dolor, el miedo, por la tiniebla de la enfermedad, cuenta con la mas poderosa iluminación ¡vuestra simpatía y afabilidad! Un negro cielo estrellado con cada una de vuestras sonrisas. Lo mejor de la condición humana alternando con la peor de las caras de la vida: el sufrimiento.

Desde que entré en aquel mundo, una sola ambición marcaba mi deseo: salir de allí. Pero a medida que pasaban las horas comprobé que nada hay absolutamente malo (ni bueno). Que de la misma forma que hay flores que crecen en los basureros, lo más hermoso del ser humano puede manifestarse en las condiciones más penosas. Sólo vosotras me habéis persuadido de que la experiencia, por nadie deseada, de visitaros, de veros en vuestra labor demostrando una vocación de ayudar, de ser útil a los demás, ha merecido la pena.
Tampoco quiero dejar de mencionar el otro pequeño universo, la sala San Vicente, a donde llegué procedente de la Unidad de Vigilancia Intensiva, con sus propios soles. Dos en especial. Una estrella poderosa, de luz decidida, rubia de cuya boca se derramaba un inagotable torrente de sonrisas, que mezclaba con inyecciones en la zona abdominal. Cada vez que entraba en mi dependencia dejaba tras de si, como hacen los cometas, una cabellera, una estela de alegría, generosa, contagiosa. Lamentablemente no puedo acá poner su nombre por que no lo pregunté, debí hacerlo.
Y dejo para el final a la morenita del Barça, la que no se acostumbraba a tutearme, la más jovencita de todas, dulce en el trato, delicada pero firme en su labor. Cada uno de sus movimientos era un verso, que rimaba con el anterior y con el siguiente, convirtiendo su trabajo en un eterno poema. Tampoco sé como se llama.
Gracias al páter por su fugaz aparición. Mi condición de ateo no me lleva a no valorar su afabilidad, y al celador Agustín cuyo madridismo no le impide ser como es, que es la mejor de sus victorias, en vez las del Madrid quien, como es sabido, siempre ha sido ayudado por los árbitros y la suerte. Pero este colchonero se alegró de conocerte.
Para quien se atreva a pensar que exagero que sepa que aún creo que me quedo corto.
Ah, otro nombre orbita en mi recuerdo. Cristina, rubia, otra de las estrellas del sistema multisolar de San Vicente.

Salamanca 5 febrero 2010.

Sabéis mi nombre, en la guía telefónica no hay muchos apellidos como el mío. Si queréis aclarar algo o cualquier otra cosa estoy a vuestra disposición.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que hubieras pillado el Síndrome de Estocolmo en ese "hotel blanco". No te pongas malito sólo por volver, que tú eres capaz. Cada lobo a su estepa. Me alegro que todo fuera bien.

pablojota dijo...

He disfrutado mucho con este agradecimiento a los profesionales de la sanidad. Me he sentido muy identificado con una experiencia que tuve en el peor momento de mi vida. Gracias.

Anónimo dijo...

Pablo José no sabes como celebro este reencuentro. No se si debo alegrarme porque este escrito mio te haya recordado tu experiencia. Creo que no, son mejoeres los horteles de Cancum o las Islas Barbados que estos blancos. Nadie reserva en ellos plaza con antelacion mo figuran en la oferta de agencia de viajes alguna. Las enferfmeras eran una delicia por su tratO pero sÓlo un adagio ocupaba por entero mi ánimo: "¡¡¡¡Me quiero ir a mi casa!!!"
saludos
Pedro