martes, 5 de febrero de 2008

¡ORTO U OCASO!

El soldado Hipólito se veía impelido a la sinceridad en aquellas guardias nocturnas, con el sublime techo, pródigo en destellos de plata, sobre su cabeza, que le parecía el espejo donde se reflejaban los deseos mas ardientes de millones de almas que añoraban una vida perdida, rota ya, una terrible ficción que consumía insaciable miles de existencias jóvenes. Aquellas noches de filo frío y metálico parecía penetrar hasta los huesos con su inexorable realidad, adhiriéndose a ellos y dejándolos marcados para la guadaña final.
El soldado Hipólito, como otros soldados, recordaba allá en su pueblo los duelos, los funerales y los entierros y no podía enajenar una sonrisa insólita. La muerte era entonces algo lejano y temido, mediatizado por el temor que suscitaba. ¡Temer a la muerte!, esta sentencia le llevaba a sonreír de forma socarrona. La muerte era algo inmediatamente adyacente a la guerra, por inminente era pura lógica en un contexto muy determinado, y en este, lo realmente asombroso era no morir. Aspiró con profundidad una bocanada de humo de su cigarrillo, cubriendo por instinto adquirido, el pequeño orgasmo de la brasa del tabaco que se convertía en tímida bujía en la nada negra de la noche imprecisa, insolente para el destino. Era consciente de la presencia de francotiradores, que apenas necesitaban una leve referencia lumínica para asegurar un disparo que deparaba una muerte. Recordaba a los novatos, a los reclutas bisoños, sumergidos en la marea del miedo, zozobraban en la angustia de su desesperación por aferrarse a la vida, impulso que era en ellos tan fuerte que les llevaba a la desesperación. ¿Que significa eso de querer vivir desesperadamente a pesar de todo? Algo irracional que racionalizado ofrece ciertas dudas. Las condiciones en que se vive, esas deberían ser las directivas a contemplar a priori. ¿Todas la vivas merecen ser vividas?, dat is de cuestion (dicho sea en ingles de Oxford). Todo aquellos para los que vivir representa un desafío mayor por enfermedades, situaciones determinadas que influyen a la baja en las condiciones de vida, para los que el deseo de seguir viviendo representa una disciplina mucho mas exigente de lo cotidiano, precisamente para eso, para homologarse a los que viven en la inconsciencia de esa cotidianeidad, no por tener asumida que esa rutina vital es lo obvio sino por vivirla con la indolencia del que la disfruta. Representa a aquellos que en un rally compiten con un modelo de menos caballos, de menos estabilidad, de menos adherencia que los demás, aquellos que si llegan lo hacen en los últimos puestos cuando ya no hay ni fotógrafos, ni cámaras, ni siquiera público, con las ruedas rotas y el motor humeando. Aquellos cuya victoria viene determinada solo por el hecho de cruzar la meta sin importar el lugar en la parrilla de llegada, sin otra compañía que la de otros automóviles igualados por los detrimentos en su naturaleza. Todos los que conducimos estos vehículos tenemos mas madera de campeones que los otros, aunque campeones pírricos, sin botellones de champán, podium ni señorita de buen ver introducida en vistosa minifalda que nos dé un beso. Ese rally es el rally de nuestra vida.
El soldado Hipólito que se dirigió al frente entusiasmado, en la consciencia de que iba a una guerra justa, había sufrido una metamorfosis polar. Aprendió que la guerra está en el extremo mas opuesto a la vida. Que nuestro mundo sin nosotros nada es. Decidió bautizar esta gesta

como pensamiento crepuscular. Por que la aurora del crepúsculo es la tibia claridad que puede preceder al amanecer, al nacimiento del día, también puede ser el proemio del ocaso, la muerte de ese mismo día. Aprender a valorar la vida, la pedagogía conquistada por el soldado Hipólito, fluctuaba en el acaso de un destino incierto sumamente vulnerable a la existencia. Para los demás se muere igual conociendo el pensamiento crepuscular o haciéndolo en su ignorancia. Se llega igual a la meta independientemente del modelo, pero hay llegadas que son despreciadas.
Este es el pensamiento crepuscular de los que llevamos el estigma de una carencia. La vida cotidiana, la que vive una mayoría ha sido perfectamente valorada por nosotros, hemos aprendido a apreciarla desde el punto polar que nos aleja de ella. El enigma radica en la misma duda del soldado Hipólito. Estamos en el crepúsculo, ante la tímida claridad que precede al orto de un día en que recuperemos nuestra salud y sepamos vivir la totalidad de aquello de lo que ahora carecemos o por contra nos encontramos en el crepúsculo de una oscuridad perpetua en el que la única luz es haber aprehendido el valor de lo que nunca tendremos.

5 febrero 2008