miércoles, 25 de agosto de 2010

EL PARKINSON

Hiedra de músculos rígidos
Voces de pálido metal
Movimientos lentos e insípidos
telaraña en forma de dogal

Surcos en la boca reseca
En las mejillas mudos lamentos
Miserias de lluvias negras
Que despiertan el movimiento

Trémulas caricias
Tartamudos deseos
Atropelladas delicias
Vida plena solo en sueños

Tentáculos y distonías
Hacen que duela la vida
En lentos pulsos del día
Lagrimas y sed de aguas nigras

Equilibrios de hilo tenue bordados
en los ciegos cantiles del ser
bloqueos obstinados y enraizados
que hacen a la vida caer

Cuerpos encorvados
al amor de fuegos apagados
entre madreselvas encadenados
exilios forzados
Empeños resueltos y juramentados
de hierros con brío forjados
desafíos heroicos y apagados
por nadie festejados

Harapos, jirones, derrotas
vistiendo vidas rotas
victorias en blanco y negro
derrotas de colores plenos

Raíces profundas quebradas
a la tierra convulsas abrazadas
temblores entre las ramas
a la vida con fuerza aferradas

Solsticios de fuerza obstinada
para vidas desesperadas

Ocasos en horizontes cercanos
por voluntades iluminados.


15-AGOSTO-2010

lunes, 23 de agosto de 2010

EL NUEVO JAIME


Que me disculpen los creyentes, o que no, es igual, seguiremos creyendo lo creemos, ellos y yo, al menos. Me parece que ese Dios masivo y multitudinario no es mas que una ilusión, un deseo. Pero sería injusto negarle ciertos méritos, cierta utilidad. No, esperen. Una sola cualidad, que no es poco. La de ayudar a algunos creyentes a afrontar los sinsabores de la vida. Este descubrimiento no nace tras intensas lecturas ni de sesudas reflexiones. Yo me baso en una viñeta que vi en un comic de “Mortadelo y Filemón”, en uno de los inacabables best-sellers del señor Ibáñez. La pedagogía es una flor ubicua, puede estar en cualquier lugar.
En la tal viñeta podía verse una típica representación rural. Juzguen ustedes. Un carro, pachorrudo y casi estático. En su pescante aparecía el señor hortelano con la topografía de lo cotidiano y común abrazada a su adusto perfil. Edad indefinida, con esas exageraciones caricaturescas de las que tanto gusta el señor Ibáñez, descomunales botas, pantalones acribillados de archipiélagos de remiendos, rigurosa faja, aferrada como boa constrictor a su cintura y tosca blusa. Del cual carro tiraba cansinamente un viejo bruto, con la categoría de mula, acreditada por las insignias de sus orejas, grandotas como las de asno, aunque el resto de su obra viva venia determinado por formato de claro origen equino. Esta noble acémila, a juzgar por su cabeza gacha y las miriadas de insectos que evolucionaban a sobre su persona, y esos pellejos transparentes que radiografían una osamenta terminal ya, andaba en el ocaso propio de las bestias muy trabajadas.
Pues bien el labriego sostenía una especie de pértiga que se alargaba hacia delante sobre la cabeza del viejo mulo. De ella colgaba un cordelito a cuyo final aparecía suspendida una suculenta zanahoria, asegurada por un nudo terminante. En tales términos que la zanahoria se balanceaba ante la vista del animal, jugosa y prometedora. La enseñanza que de esto se desprende es mas enjundiosa de lo que pudiera parecer. El mulo, obstinado en alcanzar un fruto que de ninguna manera podía conseguir, tiraba del carro en pos de una pura e inalcanzable ilusión.
Pues la fe puede ser esa zanahoria que nos hace caminar en busca de una quimera. Al margen de que la zanahoria sea real o de plástico, verdadera o falsa, motiva para seguir el camino.
No importa como se le llame, la Naturaleza no es sino un corpus jurídico de leyes insoslayables que rigen la vida en todos los órdenes. ¿Una deidad?, pues se puede llamar así por qué no. Ella no admite los adjetivos con que se adornan a Dios. Si Dios es misericordioso, de bondad infinita, omnisciente y pío. Los protocolos de la Naturaleza no admiten esas prendas. La Naturaleza es inhumana, exhaustiva e inexorable, reglamenta la vida sin detenerse en distingos ni apartes., Es universal. Obliga a los seres vivos a vivir, a todos por igual.
Hay algo seráfico, sublime en los niños pequeñitos, nos delectamos observándolos, y los protegemos. Existen también otras formas de vida menos populares, la bacterias o los virus. Si uno de estos seres entra en el cerebro de un niño, lo arruinará y masacrará sin pararse en consideraciones morales o éticas. No importa que la victima sea una muñeca lindísima e inocente, el virus actuara como cualquier ser vivo, es decir intentara vivir a costa de producir atroces daños en la niñita. ¡Vivir! esa es la consigna para todos. Esta claro la Naturaleza nos considera una forma de vida mas. Mientras que el Dios cristiano nos distinguió, según el Génesis con el galardón de ser la obra principal de su creación.
¿Dios o Naturaleza?, dilema hamletiano
23 agosto 2010

sábado, 21 de agosto de 2010

El reeencuentro


En ocasiones, cuando queremos reflejar el pasado en los espejos del presente nos damos cuenta que el tiempo produce una distorsión en las imágenes que creíamos mantener con absoluta fidelidad. Pero otras veces, por muy poco que se recuerde el cambio es tan notable que no puede pasar inadvertido. Y el impacto que me produjo ver la actual degeneración del Castañar alcanzó proporciones cosmológicas casi. Ante tanta desolación vegetal no puedo evitar remontarme a las amenidades ofrecidas por un pasado no tan lejano en el tiempo Con los ojos cerrados, la mirada del recuerdo se solaza en antiguos panoramas que no parecen querer volver. Evoco las bandadas de perdices, tejiendo casi a ras de tierra los cortos hilos de sus imprevisibles vuelos. En la galería de la memoria me reencuentro con los frondosos castaños y de las esmeraldas erizadas que colgaban de ellos, suaves peluches que engañan a la confiada caricia de una mano imprudente con sus afilados puñales, y en cuyo interior, como entre las valvas de las ostras marinas esconden la joya del fruto de color acafeínado que parece pronto a desaparecer corrupto por la infección de la tinta. Han muerto las sombras frescas acribilladas por las saetas de un viento reparador de calores sofocantes. Se acabaron los parasoles formados por las miles de escamas verdes que lucían aquellos árboles con vanidad vegetal. Ahora sobrecoge la imagen agresiva de la desolación más absoluta. No puedo evitar traer a la memoria las lacerantes imágenes de los campos de la muerte de Treblinka, Auschwitz o Mathausen., todo son ramas raquíticas en árboles esqueléticos vestidos en otros tiempos de promisión con unas elegantes hojas de ropaje verde. Extrema ausencia de savia y ramaje desértico. La austera y agonizante presencia de sus huesos de madera da una inevitable sensación de un presente que carece de futuro, un presente detenido con los hierros de la epidemia. Un tiempo que querría ir hacia atrás en un imposible regreso. Mientras la madre Naturaleza se obstina en pregonar la pedagogía de que únicamente lo que estuvo vivo puede morir.
La contundencia de un rumor carente de sonido revela la incomprensible ausencia de una fauna que aparece exhausta de animales. No se ven los cantos de las aves, no se oye la presencia de las eléctricas lagartijas ni de los formidables lagartos.
El automóvil se desliza sobre la intrusa carretera flanqueada por una vegetación abrumadora, aquella que surge del abandono y la falta de labranza. En entorno se ha convertido en multitud insaciable que amenaza tragarse el arroyo de asfalto que serpentea entre él. Estamos ante el lujuriante y desordenado crecimiento de las huestes de la campiña, especialmente de su tropa mercenaria, la vegetación parasitaria y ubérrima que no respeta nada. Las telarañas de las zarzas silvestres reponen y extienden sus brotes mientras que sus brazos con púas se aferran a paredes y árboles ejerciendo el poder absoluto y omnipresente en todos los ámbitos, reparando con sus insípidos frutos la ocupación de su invasión intrusa.
Pasamos sobre dos arroyos, el primero de ellos esta anémico de caudal en verano, pero en sus márgenes descansan piedras, lodo y troncos venidos de no se sabe donde, cuando el torrente se vuelve hemorrágico, envalentonado por alguna tormenta que descargara furiosos aguaceros y arrasa todo su paso, llevándose los restos de su devastación consigo. El arroyo ya no recibe los cuidados del campesino, que servía para contener la osadía irreverente de su propio desarrollo, y semejante incuria ha convertido el arroyo en selva inextricable que recuerda a los manglares del Amazonas.
El segundo riachuelo es más ingente en cauce y tamaño. Millones de lágrimas puras parecen concentrarse en aquellas aguas puras y cristalinas que permiten ver el fondo con absoluta transparencia. Se alimenta del zumo exprimido de las nieves caídas mas arriba, que invita a ensimismarse mirando sus aguas virginales. Nos deleitamos con la sutil música de fondo salida de los infinitos choques del agua contra los guijarros. La tenue sinfonía que nace de esos choques agasaja al que lo contempla, y le sumen en reflexiones imprecisas en el contexto del tranquilo avance de las aguas.
A los que venimos de la ciudad, el hermoso silencio de la floresta se nos vuelve agresivo, acostumbrados como estamos al abigarrado mosaico de ruidos propio de las capitales, nos resulta irreal la presencia de la quietud.
Regresamos ya, y la naturaleza nos despide con la misma paz con la que nos recibió. Me resulta imposible enajenarme de la sensación de nuestra pequeñez frente a la majestuosa quietud de aquel reino, quizás solo seamos vasallos de él.

La Garganta 12_agosto_2010