jueves, 30 de agosto de 2007

TRIBULACIONES DEL TALENTO
Mientras estuve anegado bajo las masivas aguas del alumnado, permanecía manoteando a media profundidad. Nunca me interesó romper el cristal y asomarme a la superficie, no pensaba en destacar, seguramente porque no reflexioné ni por un momento si podía haber alguna inquietud en mi que me hiciera descollar. Estudiaba, forzado por pasar esas tristes olimpiadas llamadas evaluaciones, en las que el triunfo anhelado se basaba en la fortuna de que coincidieran las preguntas del examen con la parte estudiada. Tal es miserable estimulo que nos inoculaba el sistema educativo. El aprobado era una deidad, como el Moloch de los cartagineses donde se echaban niños en la hoguera de su vientre, para lograr buenos augurios. Íbamos aprobando agónicamente sin darnos cuentas que arrojábamos a las llamas del dios, la posibilidad de alcanzar un saber mas sistemático en pos de subir otro peldaño rumbo al titulo académico. Pero, si recuerdo que la Señorita Amalia, una atractiva profesora, cuyas piernas atraían la atención y el desplazamiento hacia los pupitres de vanguardia de los elementos que mangoneaban normalmente en la retaguardia. El desecho de la clase, inadaptados, desmotivados, gentezuela a quien nadie interesaba aunque con mucha frecuencia tenían los cerebros mas dotados, desperdiciados por una enseñanza incapaz de seducir. Amalia, nos encargó la tarea de redactar una entrevista a un personaje extrapolado de la infinita ficción. Si note un entusiasmo a medida que mi trabajo ganaba en renglones escritos. Leía y releía lo escrito y me sorprendía a mi mismo ¡Joder esto me gusta!. Cuando el parto acabó contemplé a mi retoño con orgullo, estaba persuadido de haber hecho algo notable. Lo entregué, y por primera vez sentí los alfileres de la impaciencia acribillándome. No les negaré a ustedes que me halagaba la posibilidad de sorprender a la señorita Amalia. En mi desvarío ya la veía interrumpiendo la clase para hacer pública la notoriedad de mi ejercicio, exhibiéndolo como modelo a seguir. Pues bien llegado el momento del reparto evaluado del ejercicio me sentía como en la ceremonia de la entrega de los Premios Nóbel, tocado de frac y chistera. Amalia se acercaba a la zona. donde yo habitaba en el aula. Debo confesarlo a ustedes, era el Bronx, los bajos fondos bonaerenses, donde lo que se evaluaba por el contrario no era la capacidad de ejercer la enseñanza de Amalia, las virtudes de su oratoria, no señores, no se equivoquen. Debíamos estar predestinados a la industria textil, por que eran las prendas que vestía aquella Minerva lo que nos motivaba, pero no para especular acerca de su calidad textil, o para proponer una mejor conjunción de colores, se trataba de saber como estaría sin prendas, no nos engañemos. Bien pues a medida que se acercaba repartiendo los ejercicios a mis dominios, de esa misma forma creía que se aproximaba el momento de mi triunfo. Amelia ni me miró, dejo mi redacción delante de mi sin mayores ceremonias. Pude persuadirme entonces que el arte es un manjar cuya deglución no esta al alcance de todos. Este apotegma no me consoló nada , amigos. Me sentí saboteado, mi notorio esfuerzo había sido ninguneado por una profesorcilla exhibicionista. Pero quedaba lo peor. Con los folios en mis manos increpé a varios panteones de dioses de diferente signo. Reproché al destino, al gobierno, a las Naciones Unidas, al Tribunal de La Haya, a los Protocolos de Sión, a la concejalía de Obras Públicas del Ayuntamiento de Puerto Urraco, todos me parecían estar implicados en aquella conspiración cuyo objetivo no era otro que el de quitarse un peligroso rival como un servidor. Releí mi ejercicio y comprobé incluso para mi sorpresa que me seguía convenciendo en calidad y formato. Y al encarar el dorso del último folio encontreme con la mayor ofensa que un ser humano puede recibir. Una pintada terrorista en rojo: “Parece copiado de revista o periódico”.
El mas telúrico y colérico de los fuegos fue subiendo por la circunvalación de mi laringe, poderoso, salvaje, imparable,. Justiciero, inconforme, y, sobre todo, reivindicativo. Gracias al asombroso dominio que siempre demostré en el gobierno del badajo de mi boca, se libró Amelia de que le dijera cuatro verdades que le hubieran sumido en la perplejidad. “Mírala si va medio desnuda provocando, luego pasa lo que pasa”. En la apoteosis de mi indignación se me pareció verla como estas chicas que suben al ring del boxeo para mostrar un grande cartel en el que informan del asalto que sigue. Así la vi., con un body escasísimo y exhibiendo un cartel donde podía leerse “Neila es un farsante”. Cogí, no, cogí no, empuñé con fuerza mi rotulador rojo, si mejor, lo empuñé, y con tinta roja como la sangre, rasgue mi rehabilitación personal: “Parece copiado pero no lo está”.
Esta fue la experiencia mas aleccionadora que dedicó el sistema educativo a mi posible talento de escritor. Hasta yo me olvidé de él. Muchos años hubieron de transcurrir, cuando cierto intruso se apoderó de mi y me robo mucho, muchísimo, y fue cuando ya tenia cumplidas mis veinte anualidades, llegó el momento en que desde el último refugio, atrincherado en una esperanza que no auguraba nada bueno, comencé a frecuentar los burdeles del libro, las bibliotecas. El ritmo de lectura crecía vertiginosamente, como si tuviera prisa ante un final muy próximo que nunca contemplé, gracias a la inconsciencia de la mas temprana juventud. Cuanto mas leía, mas el intruso saboteaba mi vida, era una especie de venganza quizás para enacararme a él con el desprecio que me sugería el creer que no podía, al menos de momento, afectar a mi intelecto ¡Jódete!
Escribo por que me siento bien haciéndolo, si les gusta a mis amigos será el colmo de la dicha

Jueves, 30 agosto 2007

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