lunes, 23 de agosto de 2010

EL NUEVO JAIME


Que me disculpen los creyentes, o que no, es igual, seguiremos creyendo lo creemos, ellos y yo, al menos. Me parece que ese Dios masivo y multitudinario no es mas que una ilusión, un deseo. Pero sería injusto negarle ciertos méritos, cierta utilidad. No, esperen. Una sola cualidad, que no es poco. La de ayudar a algunos creyentes a afrontar los sinsabores de la vida. Este descubrimiento no nace tras intensas lecturas ni de sesudas reflexiones. Yo me baso en una viñeta que vi en un comic de “Mortadelo y Filemón”, en uno de los inacabables best-sellers del señor Ibáñez. La pedagogía es una flor ubicua, puede estar en cualquier lugar.
En la tal viñeta podía verse una típica representación rural. Juzguen ustedes. Un carro, pachorrudo y casi estático. En su pescante aparecía el señor hortelano con la topografía de lo cotidiano y común abrazada a su adusto perfil. Edad indefinida, con esas exageraciones caricaturescas de las que tanto gusta el señor Ibáñez, descomunales botas, pantalones acribillados de archipiélagos de remiendos, rigurosa faja, aferrada como boa constrictor a su cintura y tosca blusa. Del cual carro tiraba cansinamente un viejo bruto, con la categoría de mula, acreditada por las insignias de sus orejas, grandotas como las de asno, aunque el resto de su obra viva venia determinado por formato de claro origen equino. Esta noble acémila, a juzgar por su cabeza gacha y las miriadas de insectos que evolucionaban a sobre su persona, y esos pellejos transparentes que radiografían una osamenta terminal ya, andaba en el ocaso propio de las bestias muy trabajadas.
Pues bien el labriego sostenía una especie de pértiga que se alargaba hacia delante sobre la cabeza del viejo mulo. De ella colgaba un cordelito a cuyo final aparecía suspendida una suculenta zanahoria, asegurada por un nudo terminante. En tales términos que la zanahoria se balanceaba ante la vista del animal, jugosa y prometedora. La enseñanza que de esto se desprende es mas enjundiosa de lo que pudiera parecer. El mulo, obstinado en alcanzar un fruto que de ninguna manera podía conseguir, tiraba del carro en pos de una pura e inalcanzable ilusión.
Pues la fe puede ser esa zanahoria que nos hace caminar en busca de una quimera. Al margen de que la zanahoria sea real o de plástico, verdadera o falsa, motiva para seguir el camino.
No importa como se le llame, la Naturaleza no es sino un corpus jurídico de leyes insoslayables que rigen la vida en todos los órdenes. ¿Una deidad?, pues se puede llamar así por qué no. Ella no admite los adjetivos con que se adornan a Dios. Si Dios es misericordioso, de bondad infinita, omnisciente y pío. Los protocolos de la Naturaleza no admiten esas prendas. La Naturaleza es inhumana, exhaustiva e inexorable, reglamenta la vida sin detenerse en distingos ni apartes., Es universal. Obliga a los seres vivos a vivir, a todos por igual.
Hay algo seráfico, sublime en los niños pequeñitos, nos delectamos observándolos, y los protegemos. Existen también otras formas de vida menos populares, la bacterias o los virus. Si uno de estos seres entra en el cerebro de un niño, lo arruinará y masacrará sin pararse en consideraciones morales o éticas. No importa que la victima sea una muñeca lindísima e inocente, el virus actuara como cualquier ser vivo, es decir intentara vivir a costa de producir atroces daños en la niñita. ¡Vivir! esa es la consigna para todos. Esta claro la Naturaleza nos considera una forma de vida mas. Mientras que el Dios cristiano nos distinguió, según el Génesis con el galardón de ser la obra principal de su creación.
¿Dios o Naturaleza?, dilema hamletiano
23 agosto 2010

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