viernes, 14 de septiembre de 2007

MIEDO Y CONSCIENCIA

He podido comprobar en dos ocasiones, de forma marcada, tanto que presumo que habrán sido registrados por el bibliotecario indomable del subconsciente, en algún anaquel a salvo de la conciencia, con la enfadosa intención de liberarlo en el momento mas inoportuno produciendo sus réditos de fobias y denteras. Bien pues como decía he constatado que reacciones viscerales e iracundas humanas pueden afectar los vectores del espacio y del tiempo alterándolos en su geometría aparentemente inmutables..
En una fecha cuya concretización se escapó por los desagües del tiempo, mi abuelo Felipe, ordenóme:
_¡Chiquillo!, lleva la burra ahí a Los Adobes.
La orden era clara y directa sin posibles matizaciones. Así que tomé el ronzal del pobre y viejo animal, exhausto por la carga de años y de palos que llevaba encima. Y me dispuse a llevarlo a esa pequeña finca, fresca y umbrosa, ubicada junto a un mediano pozo de riego en el que saciar la sed. Se trataba de una pequeña hembra de asno, desecha por la inexorable lima del tiempo, los malos tratos y los infames caminos de la campiña de esa población. Como yo siempre tuve una predisposición hacia los perdedores, Le cogí cariño, y ni siquiera montaba en ella cuando me apremiaba a ello mi abuelo, especialmente cuando el camino a casa me obliga a levantar la vista por ser rampa cruel, en aquellas empinadas cuestas tenía la sensación de que al triste animal se le caerían los tornillos y se desarmaría en mil piezas. Pues bien, señores, ya me tienen ustedes llevando del ramal a Los Adobes al asno hembra. La finca estaba en los aledaños del pueblo pero había un mediano trecho a salvo de riego lumínico del alumbrado público del casco urbano. El camino era ancho y limitado a ambos márgenes por paredes de piedra, aunque al final debía bajar por una vereda sencillamente inhumana por su feroz inclinación a mas de un ingente guisote de pedruscos sueltos que hacían de ella un plato de problemática digestión para los pies del incauto viandante. Pero señores aún no he puesto en su conocimiento un pequeño detalle que avala por completo mi propósito de convertir esta intrascendente historia en asunto de interés para el humano pensamiento. Todo esto que les cuento ocurría a las 12 de la noche, ¿Qué me dicen ustedes?, manjar nocturno tenemos. Esta especia cambia el plato por completo Ni siquiera pensé en ello, y el primer trayecto del camino no presentó otra novedad que mi encuentro, cara a cara con un sapo de descomunal tamaño. De repente un cacho sombras se descosió del tejido de la noche y mostró criterios propios, desplazándose a base de saltos pesados y observando un rumbo indeterminado. Cuando identifiqué a la extraña criatura como batracio indudable, asombréme ante la cuantía de su tamaño. De primeras no pensé inmiscuirme en su pacifica existencia, pero tal eran sus dimensiones que para que mi hermano me creyera no tenía otra salida que la captura del macrobatracio. Pude meterle en una de aquellas cajas de Cola Cao de lata, de 5 kilogramos, a la que entró a presión, resta decir que cuando mi hermano pudo contemplar de visu el colosal anfibio aun le costó trabajo admitir la existencia de semejante ejemplar. Pero este no es objetivo del relato.
A medida que me alejaba de la iluminación del pueblo podía sentír el frío pegajoso de la oscuridad, glacial y sofocante si se me permite esta imposibilidad cocnceptual. No soy persona miedosa, pero aquella noche aprendí que el miedo no esta en la oscuridad, sino dentro de nosotros. Depende mucho de la actitud mental. Pronto la perdí. Cada árbol parecía ocultar tras su tronco a la mas maligna criatura. Cualquier ráfaga de viento hacia trepidar las ramas y a mi se me figuraba que había sido por el roce de la fauna mas fantástica. Jamás vi. tantos seres espantosamente infernales acechándome con nada tranquilizadores propósitos. Basta que uno se deje avasallar por una realidad diseñada por sus propios miedos para convertirse en víctima de si mismo. La noche es el uniforme de los temores y estos se presentan en sólidas formaciones de combate. Pero como casi siempre las aflicciones humanas nacen y mueren en el mismo sitio, el humano cerebro. Como me pasa a mi mismo, señores circunstantes. Desde niño crecía aureolado por la vitola de listillo, mucha información deposité después por mi cuenta en los anaqueles de la mente, mi mente, la única que tengo. Y esta información puede hacer creer a mi entorno que mi cerebro pueda parecer mejor amueblado de lo que en realidad está. Pero si ahí esta mi posible preeminencia de ahí también arranca mi debilidad. Señores, se lo confieso con la máxima educación. Tengo carencias notables en mi producción de dopamina, esa sustancia reguladora de la neurotransmisión. Es como si las fuentes de Nilo estuvieran en los aledaños de su desembocadura. Grandeza y miserias se dan la mano por pura vecindad. Los extremos metiéndose mano como novios en permanente celo.
Un hombre y un asno pisando las espumas de la noche, y el noble bruto exhibiendo una tranquilidad inasequible a todo razonamiento, A salvo de la especulación gracias a su naturaleza irracional, libre de los réditos de la metafísica. Y el poderoso individuo que le lleva del ronzal, víctima de la superioridad del “sum ergo cogito”, inerme aún con la espada de la razón, haciéndose el harakiri con ella. La conclusión surgió como por generación espontánea: “¡El miedo distorsiona la realidad!”. Pues no tengamos miedo. Mis fosas nasales abrieron sus exclusas y un chorro de frescura liberada entró por ella, luego miré al viejo animal que esperaba pacientemente mientras yo especulaba. Me di cuenta pues que era precisamente cuando él sintiera miedo llegaba justo el momento en que también yo debía sentirlo.. Recordé las historias de lobos que me había contado el abuelo acerca de apariciones espectrales de ese superdepredador y de como los animales, aun sin verlos los presentían, y caían dominados por el pánico cerval
El final de todo el proceso me persuadió de que mi tranquilidad dependía de aquella pequeña bestia de carga que triscaba pausadamente en la hierba que crecía en el borde del camino.
Si les dijera que aquella reflexión me liberó del miedo que sentía les mentiría –humanos somos-. Y nunca se me hizo tan largo el camino hacia la cercana finca como aquella noche nunca temí tanto mirar atrás por no confirmar la presencia de horribles criaturas que salían de la cadena de montaje de mi imaginación desbocada.
Mientras un servidor de ustedes apretaba el paso en busca de las amorosas primeras casas del pueblo almibaradas por las luces glaseé de las bombillas del alumbrado publico. El noble bruto de mi abuelo saboreaba la frescura de la noche, descansaba solazándose sin temor, sin caer en la cuenta de que fabricarse propios demonios esta solo a la altura de la mas racional de las especies

Viernes 14 sepitembre 2007

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