viernes, 25 de enero de 2008

EL BALUARTE DE LA FICCION

Se dice que el racionalismo no deposita su confianza en la percepción a través de los sentidos. Puede ser cierto que los sentidos saboteen la realidad. Si nos situamos entre los dos raíles de una vía férrea, frente a una prolongada recta, y miramos al horizonte, el informe óptico que nos llega al departamento central del cerebro, afirma que los dos raíles tienden a encontrarse en la lejanía. Todos sabemos que la geometría establece que dos líneas paralelas, lo serán siempre, que no hay posibilidad de fusión. Zenón de Elea con sus aporías cuestiona la percepción sensible. Sin embargo la metodología que dio a luz los descubrimientos de Galileo, muchos siglos después, se basa en un artilugio parecido a lo que podrían ser unas hipergafas. En cualquier caso un Galileo Galilei, no hubiera sido operativo si no hubiera tenido otro futuro, dicho de un modo figurado, que el de vender el cupón de la ONCE, no olvidemos amigos que la esta entidad ofrece los viernes un sorteo especial llamado cuponazo y que el premio potencial se multiplica ese día. ¿Qué seria de nosotros sin la ONCE?

Dejando los temas de enjundia y volviendo a las nimiedades, retomemos al sabio posrenacentista italiano. ¿Qué hemos de inferir de una concepción cosmológica de la que el astrónomo prodigioso se desmarcó, al dirigir en parábola sin precedentes remontándose en busca de los secretos superiores de la bóveda celeste? Supuso el mayor giro del pensamiento humano, algo excelso, sin duda, pero para un aficionado de los detalles en honor a la lógica les revelare un inapelable detalle plástico. Cuando el homo sapiens dirige su mirada a las alturas, por sublimes que estas sean, prodúcese en su cogote un feo arrugamiento híbrido entre lo hilarante y lo grotesco, la condición humana impone sus reglamentaciones somáticas también. De manera que, señores circunstantes, sépanlo ustedes, si la evocación de un personaje fundamental en la historia del pensamiento humano les produce no poco complejo de inferioridad, como es de ley que suceda, no desesperemos del todo, ya lo creo que no. Quédenos pues el consuelo de que podríamos reírnos de su cogote arrugado.

Pero volvamos al mundo previo a Galileo. Si semejante concepción hubiese pasado consulta médica el diagnóstico hubiera sido inapelable y por demás prosaico. Todo ese fraude de un pensamiento aferrado a una concepción religiosa no tendría otros pródromos (permítaseme esta palabra, y ganas tenía de coserla en el bastidor de un texto) que los de una estólida miopía, empecinada en cerrar sus ojos ante el hecho consumado de una cosmología que empezaba ya a hacer aguas. Aun persiste su pertinaz ceguera. Dicen que no hay mejor ciego que el que no quiere oír o algo así. Galileo pues merece el título de oftalmólogo universal el problema es que el paciente se obstina en jactarse en su neblina ocular.

Sea como quiera que sea los sentidos pueden hacer fraude a la realidad. Sobre todo si están acompañados por fenómenos emocionales. Si la humana visión es bidimensional solo, incidencias mas difusas como el miedo, del deseo, el amor o los celos o la soberbia también transforman, también distorsionan a la baja lo vectores que definen la realidad de manera incontrolada. Pero ¿y si pudiéramos poner la realidad, aunque fuera la subjetiva, a nuestra disposición de forma voluntaria? Es ambiciosa ingeniería esta que se pudiera basar en un mayor control mental. No transformándole entorno sino la percepción que de él se tiene. La posibilidad de convertir olores desagradables en aromas tolerables, colores depresivos en tonalidades placenteras pudiera ser posible. Después de todo ya hace muchos siglos Protágoras dijo que el hombre es la medida de todas las cosas para bien o para mal, se debería añadir.


Viernes 25 enero 2008