domingo, 30 de diciembre de 2007

SE BUSCA ANZUELO

Son las personas que se niegan a pisar nieve ya hollada las que saben a donde van. En el instituto, mi amigo Bayon me atrajo por eso. Para llegar al él había que franquear entonces un inmenso lodazal vivo en los días de lluvia. La grande mayoría prefería dar un largo rodeo por un acceso alquitranado habilitado exprofeso, poniendo extremo cuidado en no mancharse. Pronto adopte el sendero de Bayón. Mientras nuestros pasos se tragaban la distancia que nos separaba del Instituto, Bayón me hablaba con absoluta normalidad. El barro se adhería a nuestras botas como el infortunio a la vida, con esa pringosidad que obliga a apelar a los stocks de resistencia y dar un taconazo en la vida para que se desprenda, sin conseguirlo muchas veces. Pues mi amigo Bayon aun estando metido en un inacabable lodazal no perdía capacidad de conversación, solo los heresiarcas hacen cotidiana su discrepancia. A pesar de implicarme como epígono, y al contrario que el heresiarca Bayon yo intentaba seguirle pero no podía enajenarme del instinto de conservación que me impelía a negociar los charcos o las peligrosas rampas. Es más fácil cuando la iniciativa y la responsabilidad son asumida por otros. El ser humano es gregario por naturaleza.
Bayon no era líder de masas pero sí de si mismo y esto suele bastar. En una protesta estudiantil que es río en cuya corriente se deja caer la mayoría, que mantiene la espuma de su militancia a base de la indolencia adolescente, superficial e inherente a las primeras improntas de la identidad, jovialidad y superficialidad pudo verse su proverbial singularidad. Mientras la masa protestataria dirigía su estrepitoso caudal hacia el centro urbano, entre consignas fáciles, mi amigo transitaba por el afluente rebelde y contracorriente en busca de la sierra, como solazándose en sus orígenes. Discrepar también implica el compromiso espacial de ir a la inversa, que llama poderosamente la atención ajena, provocando generalmente comentarios desaprobatorios que esconden una velada admiración
Es esa rara especie de los verdaderos discrepantes. Los Giordano Bruno, Galileo, Oscar Wilde o Charles Chaplin.
Una amiga muy especial, de reciente adquisición, forma parte de esa etnia, sus creaciones llevan la divisa de los rompe cánones. Se señala por su rebeldía y resistencia a no despreciar ningún recurso que sirva para vehicular la vena artística o quizás no, puede que sea justamente todo lo contrario, el arte utilizado como medio de expresión El arte no solo es forma o plástica, quizás sea nada mas el mas hermoso lenguaje tributario del mensaje, de la idea, la reivindicación, la llamada o el testimonio. Y cuando el contenido desborda el sistema de irrigación que la sociedad preparó para canalizar las singularidades, esas inundaciones suelen ser cuestionadas. Algún día me dirás, pequeña hereje, porque los seres humanos que acuerdan reglas de convivencia tienden a condenar ciertas improntas humana dentro del corsé del tabú, por qué individualmente somos mas lúcidos y por qué lo masivo renuncia a esa capacidad analítica . En todo caso no me arrepiento de haber mordido tu anzuelo, aunque presumo que el ser como eres, el expresarte como te expresas, te ocupa tanto que no lanzas anzuelos a nadie de forma deliberada, que te basta, te alecciona saber que no te mientes a ti misma, que ya es muchísimo..En mi caso admito que pude atar el sedal en uno de los dedos de tu pie, que yo mismo puse el pequeño gancho y que mordí, como una pieza que desea ser cazada. Y que cuando salí de las aguas de tus poemas y pase a la cesta de tu capital humano pude ver que había mas, mucho mas.. Todo el que discrepa sabe porque lo hace. Con la sinceridad que a veces supuso finales terribles para el que no comulga. La duda es desde luego la mayor de las certezas humanas. Pero cuestionar lo consagrado como axioma inapelable, eso que lleva el pomposo nombre de canon, obliga a pagar el impuesto de la incomprensión primero, más tarde el desprecio y finalmente la condena. La conveniencia es pura estática y la discrepancia, sobre todo la individual, se mueve con pulsos dinámicos. La grandeza del pensamiento griego esta no en su desarrollo solo sino en la capacidad que tuvieron de desembarazarse de los barrotes de universo propuesto por lo cultos y problematizarlo, desafiando al logos (la razón) humano. Ese fue el tejido de su discrepancia. Es ese el modelo si no a seguir si a admirar, liberarse de los grillos de tradición compulsiva de la moral cristiana y ponerse medias con adornos barrocos, diferentes, penetrando con impulso propio, aislándose de un entorno restrictivo, y describiendo lo que siente con la honradez más virginal, más liberada, más genuina. Ello pasa forzosamente por pisar la nieve que jamás beso pie alguno.
Peor la actitud humana es acomodaticia por defecto, entrópica por inercia. El logos no compromete solo a la naturaleza racional, exige además otro compromiso, el de la constancia y el esfuerzo. El concepto de Dios no es mas que una ilusión masiva, como dice Paul Jonson, un mundo primario y fácil, y las supraentidades que caracterizan a los cultos no son mas que prótesis mentales ideadas, diseñadas para evadirse del compromiso de plantearse el universo como un reto, aunque otro agente hay poderosamente humano, el miedo. Es mas fácil atribuir una erupción volcánica a una supraentidad colérica que embarcarse en estudios geológicos Aliviarse de ese miedo es prioridad máxima, prioridad irracional, porque Dios es irracional o arracional. Como la más fácil alternativa el culto religioso no propone sino que impone su hipótesis, paradójicamente de forma compulsiva y excluyente, Una propuesta cosmológica que no soporta contratación alguna se presenta impositiva. Ahí radica la perversidad del culto, sobre todo si es monoteísta, la imposición resulta agobiante. No pienses, no analices, solo cree.

DOMINGO 30 DICIEMBRE 2007

miércoles, 5 de diciembre de 2007

FUNERAL DE ILUSIONES

FUNERAL DE ILUSIONES


Dicen que la metempsicosis o metamorfosis, de ser cierta, que ese sería otro tema a debatir, representa un tránsito a otra existencia que viene determinada en su índole en función de la calidad de sentimientos, de la naturaleza de comportamiento exhibido en la precedente. Recuerdo a una chica un tanto especial, de raza hindú, pero sujeta a las más universales de las pasiones, que en eso al final todos somos sinónimos, afirmando con una naturalidad pasmosa que en otro ciclo vital había sido ciervo. Extremo que me servía a mi de soporte para la ironía, abundando en semejante teoría, imbecilizándola, y simulando creerla por ser asunto este de lo mas común. Aunque su poderoso cerebro hindú, realmente notable, notaba enseguida mi incredulidad. Y me reconvenía.
-Pedrito la religión es el bastón que te ayuda a caminar en la oscuridad.
-Pequeña muñeca (“little doll” para los lectores avezados en la jerigonza de Sespir) asiática, te equivocas. Es la religión la propia oscuridad.
La diferencia que media entre mi apreciación personal sobre lo que fueron las Navidades allá en la infancia y la metempsicosis que las ha hecho cambiar diametralmente. Estas fiestas están impregnadas de engaños e hipocresía. Algunos de los primeros forman parte de cierto encanto fantástico lamentablemente caduco
Ya. Pero ¿realmente hay quien se cree mejor persona de lo que es?, n me hagan caso porque la pregunta esta mal planteada. ¿Realmente hay quien no se cree mejor persona de lo que es?. ¡Ah, la vanidad es el intransferible sastre que nos hace vestir los tejidos de la presunción y nos persuade de que semejante indumentaria se adapta a nosotros de forma impecable!. No hay mejor ciego que el que no quiere ver. Pero el ultimo ámbito nuestro, el inconfesable, el de residencia inapelable en nuestro yo mas sincero, resulta inclemente en los mas humanos raptos de conciencia de una realidad solo sospechada.
Quizás la mimetización integral sea una quimera porque debe haber algo en nosotros que no se presta a que el engaño sea completo.
Resulta detestable que las Navidades invoquen a lo mejor que tenemos en nuestro patrimonio humano solo por unos días. Porque en buena lógica esta debiera ser disciplina continua y pactada con nuestra existencia. Ser bueno por compromiso social s ser necio por juicio universal. Con el agravante que supone la mezquina consciencia que confirma semejante mezquindad.
Confieso pertenecer a ese angustioso colectivo que se ajusta a la ética diseñada que depara una bondad forzada por puro esfuerzo intelectual, por sesudo descarte de todo detrimento moral... Me resulta costoso ajustarme a una ética de disciplinada vigencia que conforma quizás el posible merito de mi conducta.
Los conceptos filosóficos suelen carecer de una definición oficial y universal categórica e incondicionada. A nivel personal esta imprecisión conceptual, estas definiciones multiformes y subjetivas me han producido alguna zozobra en mi posible visión del universo. Si la teoría afirma que un diccionario (el burdel de palabras y conceptos) es un instrumento de precisión, que permite ajustar el lenguaje de modo solvente lo que se quiere decir al modo de decirlo, con los diccionarios de términos filosóficos ocurre muy otra cosa. En vez del esclarecimiento del concepto por pura selección se encuentra el infeliz consultante con un desolador piélago de definiciones ninguna de ellas descartable, que conforma un nutrido conjunto de pareceres subjetivos que constituyen una panorámica objetiva del concepto. Semejante fenómeno puede ser trasladable a otros principios más adyacentes y universales. Por ejemplo la vida. Como ahora mismo me siento saboteado por ella me apetece significarme, me da la gana de poner un punto y aparte y lo pongo sin respetar las leyes de la expresión escrita. Hay que hacerse notar como sea.
Os hablaba de la vida. ¿Hay una vida como concepto genérico o hay tantas como usuarios? Este es realmente el quid, La vida entonces como principio pasaría a ser un concepto digno de un diccionario de filosofía por su imprecisión, por su difusión. ¿Interactúa ello como agente disolvente a la hora de precisar su aclaración de forma categórica e inapelable para aleccionar a las masas?. Es posible que si. Realmente lo que necesitamos son axiomas fijos en los que apoyarnos? Creo que en el fondo es lo que deseamos, tener las cosas claras. ¿Son los filósofos y pensadores unos tocapelotas? Si, así lo creemos. Su amor al conocimiento solo a venido a complicar las cosas. La gente, que solo esta obligada como mucho a la mediocridad, no es receptiva cuando el saber se manifiesta con registros tan elaborados. La vida que es team que atañe a todo el que la ejerce si merecería quizás una definición más universal y elástica que pudiera amoldarse a la experiencia individual para satisfacción general. El concepto de dios no pasa de ser, según creemos otra cosa que el contraveneno del relativismo. Dios es popular quizás por eso por que ofrece santuario para todos, Dios asume la responsabilidad de Todo con mayúsculas, de ahí su éxito. Es el clavo ardiendo al que las almas menos sofisticadas se agarran como alivio. La tranquilidad que ofrece la certeza, siempre artificial, de saber que hay alguien a quien achacar la autoría de las cosas. Particular resulta que los cristianos hablan de responsabilidad o autoría de las cosas, nunca culpabilidad. Quien sabe, quizás lo hacen para que les dure el invento.
Pero volvamos al propósito inicial de este texto divergente. Las Navidades. Lo diré a lo celtibero, es el atentado mas cruel a la soledad forzada, que es la peor de todas ellas. Primar a la baja el desarraigo, el fracaso, la tribulación. La espantosa y estremecedora película de la soledad tiene la mejor banda sonora original en los villancicos.

Las Navidades despiertan ya en mí una especie de alma de contable. Tiendo maquinalmente a buscar la soledad y hacer balance del año que agoniza, e incluso me atrevo con las predicciones. Pero no vean en mi un echador de cartas, se lo ruego a ustedes, porque mis predicciones no tienen grande mérito, son tan genéricas que no ofrecen compromiso especial, mis descubrimientos son de oficio. Se que tendré que luchar mas que los demás para conseguir menos. Eso es todo para mí, muy poco para los demás. Solo hay un sector muy específico de mis amigos que lo entenderán. Entenderán la grandeza de nuestra minúscula lucha a los ojos de los que no llevan el alien dentro. Es inútil tratar de explicarlo a unas personas afortunadas que ni quiera saben que lo son.
Acabada la cena de un cinco de enero en un pueblo perdido de la sierra de Béjar, en la que la estrella había sido mi abuelo, con esa gracia no buscada implícita en un modo de expresarse inusual. La forma de decir las misma cosas puede hacerlas mas o menos atractivas. Pues bien me bajé a la puerta del garaje, a cobijarme en la ergástula amena de la soledad elegida. Mientras la noche polar mezclaba mi aliento con las volutas del tabaco remontándose al escaparate de la joyería sublime de un cielo invernal pródigo en su exposición de joyas de plata, de fría plata. A mi la cúpula celeste siempre me sugiere tentaciones de fusión con ella, como esos ofidios que hipnotizan a las aves y acaban cazándola. Croe que solo responde a un deseo soterrado de huir de la realidad, mi realidad, pero ese es otro asunto. Ya me disponía a ponerme la visera de estadístico dispuesto a ajustar balance, haberes y deberes, plusvalías y deficiencias. Algo reclamó mi atención. El cortejo no báquico de la cabalgata de los Reyes Magos. Tres caballos de carga, diseñados para otras labores mas cotidianas, de acarreo y transporte de lomo tres caballos tristes, porque no decirlo, de testuz cansada y mirada muda de brillo vital. Aparecían con algo que asemejaba gualdrapa de rico tejido (sólo simulación ¿eh?), enjaezado con los mejores arreos, que no eran muy vistosos. Formaban el atrezzo de la gran ilusión infantil. Alguna hilaridad me produjo descubrir que los Reyes Magos estaban suplantados por tres conocidos sumamente voluntariosos. Pero ¿que importaba semejante superchería se estaba al servicio de hacer caer en el encanto a la micropoblación infantil?. En ocasión el fin si justifica los medios. Los tres reyes magos asemejaban un cometa que arrastraba una estela de niños y niñas con el brillo del entusiasmo chisporroteando en las hogueras de mil miradas. La estampa curvó mi boca hacia la sonrisa limando las aristas de una vida ya desengañada, refractaria a formar parte como sujeto directo de sincera implicación en el evento, mi vida. No podemos aspirar ya a estas alturas a protagonizar semejante papel que exige ya una candidez, una abdicación de la realidad que no transige con la imposible inercia de una infancia muerta por la madurez. Fije pues la mirada en mil sonrisas inmediatas, e invertí mi atención en mil carreras, algún inopinado lloricio, elemental entre semejante microfauna. Experimentando una coparticipación pasiva en felicidad y lejos en credulidad. Cuando vi al rey Baltasar imposible me fue reprimir la carcajada. Se trataba de German, uno de los hijos del alguacil de este pueblo, con la cara embetunada y meritoria voluntad, iba regando con caramelos la infantil estela. Justo cuando pasaban junto a mi casa, pudo oírse una inesperada amonestación emitida por un muñeco de tamaño liliputiense: “¡German, cabrón, tira caramelos aquí también!”. Decididamente los tiempos son muy otros. A ninguno de nosotros, en nuestra lejana infancia, se nos hubiera ocurrido llamar cabrón a su majestad el rey Baltasar porque nuestro Rey Baltasar era efectivamente el rey Baltasar, el que venía de Oriente, de un lejano reino. Pero si se piensa bien, se llega a la conclusión de que a día de hoy nada es lo que debiera ser o al menos como fué. Todo esta desvirtuado por el exceso... Nosotros solo recibíamos juguetes el 6 de enero, y el resto del año estábamos al verlas venir. Formaba parte de la magia. Dormía en un sencillo cuarto con dos camas, con mi hermano, con paredes austeras adornadas sólo con alguna estampa de algún santo, un armario primario y una bombilla de 20 vatios que lloraba unas miserables gotas de luz mortecina, el resto quedaba a cargo de la ilusión que es poderoso foco instalado dentro de nosotros. Y aquí radica la diferencia con los tiempos que corren. La iluminación interna. La abundancia ha desvirtuado el espíritu. Los dormitorios infantiles de hoy están atestados de jugueterías de toda índole y condición, por ello el entusiasmo murió.
Nosotros nos hubiéramos callado si no nos hubiesen llegado los caramelos del gran rey Baltasar, ¿Cómo enfadarnos con él si solo venía una vez al año?. Ahora están encarnados por hijos de alguaciles que además son cabrones.
La Garganta, miércoles 5 diciembre 2007